martes, 30 de noviembre de 2010

Muere el tenor Peter Hofmann, estrella de "El fantasma de la ópera"


   Ha muerto el tenor Peter Hoffman, al que recordaremos siempre por ser la estrella perpetua del musical "El fantasma de la ópera". El tenor alemán falleció la pasada noche a los 66 años, víctima de una enfermedad pulmonar, según ha comunicado su propia familia. 
  Hofmann dedicó su vida por entero al espectáculo. Comenzó entregándose a él 
a través de su voz, pero de una manera muy distinta a como lo evocamos en nuestras mentes, pues curiosamente se inició como cantante en una banda de rock en la que permaneció desde 1960 hasta 1963. Sin embargo, poco después, con sólo 22 años, ya se había convertido en la estrella del elitista festival wagneriano de Bayreuth, como el Sigmundo del celebrado "Anillo del Nibelungo" de Pattice Chéreau. No tardó en consolidarse como tenor en este mismo festival interpretando papeles como Parsifal, Lohengrin y Tristan. 
  Sus debuts operísticos se sucedieron con éxitos en todo el mundo durante casi 20 años, e incluso llegó a grabar un disco en 1987 junto a su esposa, la soprano Deborah Sasson. 


Por cansancio de las cuerdas vocales, tuvo que retirarse tempranamente de la ópera, pero, paradojas de la vida, fue este motivo el desencadenante de su gran triunfo. A partir de este momento quiso dedicarse al musical y fue aquí donde tuvo la  oportunidad de encarnar en Hamburgo el papel protagonista de "El fantasma de la ópera" con el que obtuvo su mayor resonancia a nivel mundial.
  Hofmann, que anunció a finales de los '90 padecer la enfermedad de Parkinson, se negó a  abandonar los escenarios a los que había entregado su vida. Por eso continuó en activo hasta que en 2004 la dolencia le obligó a retirarse. 
Nos ha dejado uno de los grandes tenores que Europa recordará y el protagonista del musical más célebre que puedan evocar nuestras mentes.


miércoles, 10 de noviembre de 2010

La Coca-Cola de los 31 millones de dólares

Este es el precio por el que hoy mismo se ha vendido en Nueva York la obra de Andy Warhol titulada “Coca-Cola 4”. El cuadro forma parte de una colección de cuatro pinturas dedicadas a las botellas de la bebida americana por excelencia. El padre del Pop convirtió a Coca-Cola, con esta serie de lienzos, en emblema del arte contemporáneo y de postguerra. Una fama que le ha beneficiado hasta nuestros días.


  La obra de Warhol subastada por Sotheby’s ha sido vendida exactamente por 31,5 millones de dólares, o lo que es lo mismo, la escalofríante cifra de 22,8 millones de euros. Casi nada. De nuevo se baten récords en el mundo de las subastas de arte, algo aberrante para muchos y envidiable para otros. Ante estas desmesuradas cantidades de dinero cabe preguntarse, ¿es la obra lo que establece ese valor o es el dinero lo que da valor a la obra? Los críticos y amantes del arte se llevarían las manos a la cabeza tan sólo al plantear la cuestión pero, para la mayoría de los mortales, este derroche de dinero resulta del todo injustificado y no simboliza más que una recreación pública del ego de los multimillonarios que utilizan la cultura para hacerse presente en las élites.    


  Sobre un asunto tan controvertido existen multitud de opiniones que se contraponen sin consenso posible, ya que provienen de estratos sociales tan diversos que son incapaces de comprenderse unos a otros. Lo que, desde luego, no podemos dejar de hacer es otorgar a las obras de arte el reconocimiento que merecen por ser tan particularmente únicas y precursoras, independientemente de su fácil reproductibilidad, pues he ahí donde reside su auténtico valor. Pero cuidado, porque todo necio confunde valor y precio.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Al Titanic lo hundió un error humano

Casi un siglo después de que el Titanic se hundiese en las gélidas aguas del Atlántico para siempre, llevándose con él la vida de 1517 personas, sabemos por fin por qué naufragó “El insumergible”.


  La escritora Louise Patten, nieta de Charles Lightoller, quien fuera segundo capitán al mando del transatlántico y uno de los supervivientes del siniestro, ha desvelado en su última novela Good as Gold la verdad sobre el suceso. Su familia lo ha mantenido en secreto durante estos noventa y ocho años por temor a arruinar la reputación de Lightoller, hasta entonces elevado a la categoría de héroe por su papel en la Segunda Guerra Mundial.

  La revelación contradice todas las teorías sostenidas hasta el momento. No sabemos cómo le habrá sentado a James Cameron ni a los fervientes admiradores de la oscarizada película, saber que el Titanic no naufragó por advertir el iceberg demasiado tarde ni por ir a más velocidad de la debida, sino por un error de comunicación.


  Era la época de transición de la navegación a vela a la navegación a vapor, y la mayoría de los marineros estaban acostumbrados a dar órdenes según el antiguo sistema, en el que había que girar el timón en la dirección opuesta a la que se quería girar. En el nuevo sistema, por el contrario, se gira en la misma dirección en la que se quiere dirigir el barco, como en la conducción de un coche. Así, la orden de girar a babor significaba, pues, que había que girar la rueda a la derecha bajo el viejo sistema y a la izquierda, según el nuevo. Y fue aquí donde se originó el caos. Cuando el primer oficial, William Murdoch, avistó el iceberg a dos millas de distancia, dio la orden de «fuerte a estribor», que fue malinterpretado por su subordinado Robert Hitchins, quien giró el buque a la derecha en lugar de a la izquierda, llevándolo a chocar de lleno contra el iceberg. Así de simple y así de terrible.

  Cuando advirtieron tal error de timonel quisieron corregirlo pero ya era demasiado tarde. Para colmo de males, el presidente de la compañía propietaria del buque se dirigió al puesto de mando y persuadió al capitán del barco de que no frenara y siguiese navegando, convencido hasta el último momento de que el Titanic era insumergible. Por esta razón el agua entró por el casco con mucha más presión, provocando que el barco se hundiera a más velocidad de lo que lo hubiera hecho en cualesquiera otras circunstancias; en sólo dos horas y cuarenta minutos el Titanic yacía en las profundidades del Atlántico a 600 millas de la isla de Terranova.


  Lightoller mantuvo en secreto toda esta información durante las numerosas investigaciones que se llevaron a cabo, por miedo a que la naviera cayera en bancarrota si se conocía la verdad. Como si las trágicas consecuencias no hubiesen sido suficientes para ello. Pero con el tiempo todo acaba saliendo a la luz y hoy, a punto de cumplirse la centuria de la catástrofe, sabemos que el peor desastre marítimo de todos los tiempos pudo evitarse fácilmente.